sábado, 25 de junio de 2016

Guatemala y su laberinto.


Los problemas que afectan a la sociedad guatemalteca son graves por su naturaleza, pero se perciben peores por la mala calidad de los políticos que los enfrentan para administrarlos y no para resolverlos. Dicho con otro énfasis, a la cuantía de nuestros males se suma la incapacidad de los políticos que los agravan. En este 2015 no tienen paralelo con algo que haya ocurrido en otro momento en el país, sobre todo por la calidad del presidente recién electo. Su gravedad reside en que se trata de problemas múltiples que experimentan el efecto de la acumulación en extensión y profundidad, resultado de los chambones que han desfilado en el gobierno. Resulta una extrema amenaza permitir que se hayan venido acumulando los problemas, pues como lo recuerda Giddens, hay cuestiones que pueden resolverse hoy y mejor si así ocurre; hay otros problemas que por sus costos financieros y realización a largo plazo se juzgan difíciles por el momento y se dejan para “mañana”; hay una cultura administrativa que justifica el mañana será mejor y hay otros problemas que se posponen sine die.

Cuando un problema no se atiende en tiempo, sus efectos se acumulan en profundidad. Su solución es doblemente difícil y los esfuerzos serán mayores si el grado de acumulación lo ha transformado en un asunto de naturaleza estructural, desplazando por su gravedad asuntos menores.
Guatemala tiene numerosos ejemplos de sobreacumulación problemática, como el tema de la pobreza y las desigualdades, pero queremos traer aquí un ejemplo dramático, cuyas consecuencias se han vuelto insolubles y solo tendrían respuesta en un momento en que el conjunto de la nación se somete a una revolución estructural: nos referimos a las complicaciones multifacéticas ocasionadas por los desastres relacionados con eventos naturales –sequía, tormentas, huracanes y terremotos, lluvia de arena, y otros– que tienen el efecto múltiple de matar a la gente y destruir infraestructuras materiales.
No hay espacio para describir las catástrofes habidas en este siglo en Guatemala, pero mencionemos al Huracán Mitch (viento y lluvia) que atacó a Centroamérica en 1998 y aumentó sus daños porque tuvo la maléfica dinámica de ir y volver. Según la CEPAL, causó daños materiales por valor de Q1,200 millardos en viviendas, cultivos, caminos, edificios públicos y servicios, sin contabilizar por supuesto el valor de la vida humana. Este huracán causó destrozos en pueblos y aldeas ninguna de los cuales fue reconstruido con ayuda del Estado. Los destrozos del tiempo han sido mayores y ya la solución no es poner techos de lámina o paredes de adobe, sino rehacer el espacio u ordenarlo para que los habitantes expulsados por el agua y luego por el hombre, puedan volver.

El resultado que queríamos enfatizar es que en casi todas las zonas destruidas esa vez han sido visitadas más de una vez, acumulando los efectos dañinos sin darles solución. Las inundaciones destruyeron 6 mil casas y dañaron otras 20 mil, obligando a más de 100 mil personas a evacuar sus hogares. Además, destruyeron 27 escuelas y dañaron otras 286 mil 175 de gravedad. Las inundaciones causaron severos daños a los cultivos mientras que los deslizamientos destruyeron tierra cultivable a lo largo de todo el país. Los cultivos domésticos más severamente dañados fueron los de tomate, plátano, maíz, frijoles y café. Las inundaciones también dañaron la infraestructura de transporte, incluyendo la pérdida de 37 puentes. En todo el país, se 

destruyeron o dañaron 1,350 kilómetros de carreteras, de las que 640 kilómetros fueron secciones de autopistas importantes. En total, Mitch causó 258 muertes en Guatemala (NOAA). El 80 por ciento de las zonas golpeadas por el Mitch no han sido reparadas y este descuido se ha agravado porque al no tomar medidas preventivas huracanes posteriores han causado más daño.

Dijimos en el inicio que vivimos una gravedad sin paralelo; los gobiernos democráticos desde 1985 no han tenido soluciones, solo han podido mantener los equilibrios en el desarrollo, medidas intermedias, que permiten sobrevivir. Pero el siglo XXI ha sido fatal, el período de Portillo debió sufrir la grave crisis internacional del café y heredar saldos negativos el periodo de Óscar Berger, que aumentó la deuda pública. Pero los peores momentos los han experimentado los tiempos de Álvaro Colom y Otto Pérez Molina, que gobernaron una sociedad en bancarrota. Por ejemplo, la SAT no cumplió con alcanzar saldos positivos desde la época de Colom. Con el gobierno del general Pérez el país cayó en picada casi vertical, lleno de múltiples agujeros.

En la dimensión del Estado como totalidad institucional lo que primero debe resolverse es la cuestión financiera, pues es imprescindible recordar que sin resolver el descalabro financiero ninguna solución particular puede enfrentarse y eventualmente resolverse. Por ejemplo, el verdadero colapso del sistema de salud tiene además un componente adicional, que contribuye a fortalecer o a debilitar el desarrollo humano. Si se está de acuerdo con este diagnóstico, el país debe contar con un Estadista para encabezar el poder, valido de un frente político de amplia representación para asegurar la estabilidad. Es preciso contar con el respaldo de las principales fuerzas con las cuales gobernar. Y es imprescindible un programa de salvación nacional para saber cuáles son las rutas. Solo Jimmy y los expertos que él busque no podrán con esta hercúlea tarea. Esta, es tarea de todos. Debe convocar a todos los sectores ya.

fuente: elperiodico

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