Los problemas que afectan a la sociedad
guatemalteca son graves por su naturaleza, pero se perciben peores por
la mala calidad de los políticos que los enfrentan para administrarlos y
no para resolverlos. Dicho con otro énfasis, a la cuantía de nuestros
males se suma la incapacidad de los políticos que los agravan. En este
2015 no tienen paralelo con algo que haya ocurrido en otro momento en el
país, sobre todo por la calidad del presidente recién electo. Su
gravedad reside en que se trata de problemas múltiples que experimentan
el efecto de la acumulación en extensión y profundidad, resultado de los
chambones que han desfilado en el gobierno. Resulta una extrema amenaza
permitir que se hayan venido acumulando los problemas, pues como lo
recuerda Giddens, hay cuestiones que pueden resolverse hoy y mejor si
así ocurre; hay otros problemas que por sus costos financieros y
realización a largo plazo se juzgan difíciles por el momento y se dejan
para “mañana”; hay una cultura administrativa que justifica el mañana
será mejor y hay otros problemas que se posponen sine die.
Cuando un problema no se atiende en
tiempo, sus efectos se acumulan en profundidad. Su solución es
doblemente difícil y los esfuerzos serán mayores si el grado de
acumulación lo ha transformado en un asunto de naturaleza estructural,
desplazando por su gravedad asuntos menores.
Guatemala tiene numerosos ejemplos
de sobreacumulación problemática, como el tema de la pobreza y las
desigualdades, pero queremos traer aquí un ejemplo dramático, cuyas
consecuencias se han vuelto insolubles y solo tendrían respuesta en un
momento en que el conjunto de la nación se somete a una revolución
estructural: nos referimos a las complicaciones multifacéticas
ocasionadas por los desastres relacionados con eventos naturales
–sequía, tormentas, huracanes y terremotos, lluvia de arena, y otros–
que tienen el efecto múltiple de matar a la gente y destruir
infraestructuras materiales.
No hay espacio para describir las catástrofes habidas en este siglo en Guatemala, pero mencionemos al Huracán Mitch
(viento y lluvia) que atacó a Centroamérica en 1998 y aumentó sus daños
porque tuvo la maléfica dinámica de ir y volver. Según la CEPAL, causó
daños materiales por valor de Q1,200 millardos en viviendas, cultivos,
caminos, edificios públicos y servicios, sin contabilizar por supuesto
el valor de la vida humana. Este huracán causó destrozos en pueblos y
aldeas ninguna de los cuales fue reconstruido con ayuda del Estado. Los
destrozos del tiempo han sido mayores y ya la solución no es poner
techos de lámina o paredes de adobe, sino rehacer el espacio u ordenarlo
para que los habitantes expulsados por el agua y luego por el hombre,
puedan volver.
El resultado que queríamos enfatizar
es que en casi todas las zonas destruidas esa vez han sido visitadas
más de una vez, acumulando los efectos dañinos sin darles solución. Las
inundaciones destruyeron 6 mil casas y dañaron otras 20 mil, obligando a
más de 100 mil personas a evacuar sus hogares. Además, destruyeron 27
escuelas y dañaron otras 286 mil 175 de gravedad. Las inundaciones
causaron severos daños a los cultivos mientras que los deslizamientos
destruyeron tierra cultivable a lo largo de todo el país. Los cultivos
domésticos más severamente dañados fueron los de tomate, plátano, maíz,
frijoles y café. Las inundaciones también dañaron la infraestructura de
transporte, incluyendo la pérdida de 37 puentes. En todo el país, se
destruyeron o dañaron 1,350 kilómetros de carreteras, de las que 640
kilómetros fueron secciones de autopistas importantes. En total, Mitch causó 258 muertes en Guatemala (NOAA). El 80 por ciento de las zonas golpeadas por el Mitch
no han sido reparadas y este descuido se ha agravado porque al no tomar
medidas preventivas huracanes posteriores han causado más daño.
Dijimos en el inicio que vivimos una
gravedad sin paralelo; los gobiernos democráticos desde 1985 no han
tenido soluciones, solo han podido mantener los equilibrios en el
desarrollo, medidas intermedias, que permiten sobrevivir. Pero el siglo
XXI ha sido fatal, el período de Portillo debió sufrir la grave crisis
internacional del café y heredar saldos negativos el periodo de Óscar
Berger, que aumentó la deuda pública. Pero los peores momentos los han
experimentado los tiempos de Álvaro Colom y Otto Pérez Molina, que
gobernaron una sociedad en bancarrota. Por ejemplo, la SAT no cumplió
con alcanzar saldos positivos desde la época de Colom. Con el gobierno
del general Pérez el país cayó en picada casi vertical, lleno de
múltiples agujeros.
En la dimensión del Estado como
totalidad institucional lo que primero debe resolverse es la cuestión
financiera, pues es imprescindible recordar que sin resolver el
descalabro financiero ninguna solución particular puede enfrentarse y
eventualmente resolverse. Por ejemplo, el verdadero colapso del sistema
de salud tiene además un componente adicional, que contribuye a
fortalecer o a debilitar el desarrollo humano. Si se está de acuerdo con
este diagnóstico, el país debe contar con un Estadista para encabezar
el poder, valido de un frente político de amplia representación para
asegurar la estabilidad. Es preciso contar con el respaldo de las
principales fuerzas con las cuales gobernar. Y es imprescindible un
programa de salvación nacional para saber cuáles son las rutas. Solo
Jimmy y los expertos que él busque no podrán con esta hercúlea tarea.
Esta, es tarea de todos. Debe convocar a todos los sectores ya.
fuente: elperiodico
fuente: elperiodico
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