Algunas versiones afirman que “testificar” proviene de “testigo”, que a
su vez está enlazado con “testiguar”, que deviene del latín
“testificare”, compuesto por “testis” (testigo) y “facere” (hacer). Sin
embargo el origen de este verbo está directamente relacionado con la
palabra “testículo”.
Testículo proviene de “testiculus”, compuesto de “testis” (testigo) y
el sufijo “culus” que es usado como diminutivo. Es decir, los
testículos son los pequeños testigos. Y no es casual. En épocas del
Imperio romano, antes de que exista una biblia donde pueda descansar el
juramento, quienes prestaban declaración se agarraban los testículos con
la mano derecha en señal legal de que iban a decir la verdad y nada más
que la verdad.
Hay una anécdota impecable en este sentido. Durante siglos, una vez
finalizado un cónclave, cuando ya se había señalado al cardenal que
ocuparía el lugar de Santo padre, se hacía una prueba de rigor: otro
cardenal tenía que tocarle, con la mano, los genitales al futuro Papa
para atestiguar frente a todos los funcionarios religiosos que era un
hombre. La intención era evitar la posibilidad de elegir a una mujer
disfrazada.
Según cuentan las crónicas, había que agarrarse los testículos porque
era lo que podía llegar a perder en el caso de que la declaración fuera
falsa. Otro detalle, esta forma de testificar -agarrándose los
testículos- solo se realizaba entre iguales o superiores, en jerarquía y
clase social, nunca hacia inferiores. Era su palabra máxima de honor.
Es importante destacar que en aquellos años, la mujer no tenía
derecho a ingresar al juzgado, ni presenciar juicios, ni participar en
ninguna decisión política.
Fuente: Culturizando
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